Thursday, March 26, 2009

Critica del Diario La Opinion

Gabriela Crowe y Sergio Julián de Oliveira en un momento de la obra‘La tercera palabra’ del Patronato del Teatro. (Suministrada)
El amor tiene la última palabra

Una comedia de Alejandro Casona engalana un teatro de Los Ángeles y redescubre sus virtudes

Hugo Quintana
hugo.quintana@laopinion.com
21 de abril de 2007

Una agraciada idea la del Patronato del Teatro de ofrecer La tercera palabra, "comedia de ideas" de Alejandro Casona y una obra que demuestra una vez más la tautología de que "ya no se escribe teatro como antes".
Exiliado de la España franquista y candidato al Premio Nobel, Casona fue un experto en la estructura dramática, apasionado por las ideas en conflicto y hábil tejedor de paradojas con su lenguaje.
Es justamente la claridad de las ideas que expone y el vibrante flujo que le da al arco narrativo lo que llama la atención en esta obra, algo que poco se ve en esta ciudad con tantas "escuelas" para aprender a escribir teatro o cine, llenas de términos ampulosos para supuestas técnicas que no hacen más que ponerle un chaleco de fuerza a la inspiración.
Para quien pertenecía a una familia de maestros de escuela (ambos padres y todos sus hermanos), el tema de La tercera palabra debe haber sido muy querido para Casona.
Se trata de Marga, una maestra llamada a una zona muy retirada de España para dar clases especiales a un niño que, hasta entonces, ha vivido en estado salvaje en las montañas. No tarda en descubrir que el "niño" tiene 24 años.
Pablo, un muchachón alegre y honesto, es una figura que replantea la imagen del "noble salvaje" del filósofo del siglo XVIII Jean-Jacques Rousseau.
Marga no se muestra muy filosófica y quiere renunciar y retornar a la ciudad. Pero una corta entrevista con Pablo la convence de que ella tiene mucho que aprender de este muchacho que entiende el lenguaje de los pájaros y los secretos de la selva.
Por supuesto, no hay quien no sospeche que habrá algo más que un simple experimento pedagógico en el futuro de ambos.
El conflicto queda establecido no sólo en las relaciones entre ambos, sino en la dinámica de las ideas de Rousseau, que pensaba que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe con reglas y nociones ajenas a los más puros sentimientos.
Esta es una obra "a la antigua". Exhibe algunas costumbres sociales pasadas de moda, sí, pero aún brillan todas las virtudes dramáticas originales, aquellas que hacen sentir muchas obras actuales como limitadas e insatisfactorias.
En primer lugar, describe un conflicto humano tanto individual como social (no uno o el otro, como es frecuente en muchos estrenos actuales), enfrenta nociones como el instinto y la educación, lo natural y lo socialmente impuesto, lo honesto y lo falso, el comportamiento "adecuado" y el puramente expresivo, lo dinámico y lo petrificado.
Y aquí brillan no sólo las ideas en toda su claridad, sino también la elegante fusión entre drama y comedia, ya que la moneda con que nos paga la vida por lanzarnos a este mundo tiene esas dos caras.
La actual producción, dirigida por Efrén Besanillas, muestra un comprometido elenco, agraciado con expertos actores de carácter (Hebel Fernández, Kiko Mahetcha, el mismo Besanillas), astutas y refinadas actrices (Marie Curie, Victoria Wills) y unos jóvenes entusiastas (Susan Pineda, Blanca Aurora Montes, Rony Vega).
En cuanto a los protagonistas, Sergio Julián de Oliveira (en el personaje que hizo Pedro Infante en el cine) es una revelación, por la naturalidad, energía y fluidez de movimientos que demuestra al compenetrarse con su personaje. Gabriela Crowe, por su parte, ofrece una luminosa entrega emocional que atrapa no sólo a su galán, sino a todo el público.

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